Desde el corazón de la tierra al plato
El 5 de diciembre quedará grabado en la memoria de mi salón de la licenciatura en gastronomía del Tecnológico de Estudios Superiores de Valle de Bravo, o al menos eso espero. En ese día tan especial, nos embarcamos en una jornada única al rancho "Mil Huertas" en San Bartolo, a cargo del señor Orlando, agricultor originario de Pipioltepec. Esta fue una experiencia que prometía destapar los secretos y las maravillas detrás de la producción alimentaria, desde la semilla hasta el plato final.
La anticipación en el aire era palpable mientras nos dirigíamos hacia este rincón agrícola, ansiosos por sumergirnos en el vasto universo de Mil Huertas. Este no era simplemente un viaje, sino una oportunidad para que nosotros, futuros profesionales de la gastronomía, ampliáramos nuestras perspectivas más allá de las aulas y nos sumergiéramos en la realidad tangible de la cadena alimentaria.
El rancho se presentaba como un lienzo de posibilidades, donde la tierra cultivada se convertía en el telón de fondo de nuestro aprendizaje práctico. Desde la expectativa de presenciar la germinación de las semillas hasta la emoción de descubrir las complejidades del proceso culinario, yo anhelaba absorber conocimiento directo sobre la procedencia y transformación de los alimentos.
Este no sería simplemente un día de observación, sino una inmersión completa en el trabajo cotidiano de los agricultores. La idea era entender no solo la magia de la naturaleza que impulsa el crecimiento de los cultivos, sino también los desafíos económicos que enfrentan aquellos que laboran incansablemente para llevar los alimentos a nuestras mesas.
Así, el 5 de diciembre no solo marcó un día en el calendario, sino el comienzo de una experiencia educativa única. Nuestro viaje al rancho Mil Huertas prometía no solo enriquecer nuestros conocimientos gastronómicos, sino también profundizar nuestra conexión con la tierra y honrar el trabajo vital de aquellos que cultivan la esencia misma de nuestra profesión y de nuestra cultura como mexicanos.
Mi visita al rancho Mil Huertas se convirtió en un viaje contrastante, desentrañando los misterios del ciclo de vida de los alimentos desde la semilla y la germinación hasta el plato final. Los campos parecían una obra maestra de la naturaleza, donde los agricultores, verdaderos artistas de la tierra, ponen todo su esfuerzo, amor y dedicación a cada semilla que siembran.
Explorar los campos llenos de vitalidad fue una experiencia sensorial, donde los colores vibrantes, los aromas frescos y los sonidos de la naturaleza se unieron en una sinfonía única. Esta coreografía natural dejó en claro que la agricultura es más que una labor; es una danza armoniosa entre la tierra y quienes la cuidan.
Sin embargo, esta belleza contrastó con una realidad menos idílica: los desafíos económicos que enfrentan los agricultores. A pesar de su arduo trabajo, a veces se ven marginados por sistemas de precios injustos. Este choque entre la majestuosidad de la naturaleza y las realidades económicas plantea preguntas profundas sobre la sostenibilidad y la equidad en nuestra cadena alimentaria. No solo me sumergí en la maravilla de la agricultura, sino que también confronté las desafiantes realidades del mundo gastronómico. Mientras explorábamos la interconexión entre la tierra y la mesa, no pude evitar reflexionar sobre las desigualdades económicas que persisten en la cadena alimentaria.
La belleza de los campos cultivados se veía empañada por la sombra de los falsos discursos. Escuché historias de chefs de renombre que, públicamente, proclaman su apoyo a los productores, pero en la práctica, pagan precios injustos por los productos. Esta discrepancia entre las palabras elocuentes y las acciones reales resalta la explotación económica que algunos agricultores enfrentan, mientras que los chefs, en ocasiones, se benefician desproporcionadamente de un solo platillo.
Este descubrimiento arroja luz sobre la necesidad crítica de examinar de cerca las prácticas éticas en la industria alimentaria. La brecha entre las declaraciones de compromiso y las transacciones económicas reales destaca una disonancia preocupante. ¿Cómo podemos reconciliar el discurso público con la realidad financiera, especialmente cuando se trata de aquellos que cultivan los alimentos que disfrutamos?
La jornada alcanzó su punto culminante cuando, al final del día, nos sumergimos en una experiencia culinaria única. En una cocina de humo tradicional, alimentada con la leña de los árboles del mismo rancho, cocinamos los productos frescos que momentos antes habíamos visto directamente en la tierra. Este acto de preparar alimentos de manera tradicional no solo enfatizó la conexión entre la tierra y la mesa, sino que también resaltó la importancia de preservar métodos culinarios ancestrales.
La experiencia culinaria en la cocina de humo adquirió una nueva capa de significado al considerar estas cuestiones éticas. Cocinar con productos frescos del rancho, conscientes de la cadena de producción completa, se volvió un acto de resistencia contra los discursos vacíos y una celebración de la colaboración equitativa entre agricultores y chefs.
Lejos de todo lo malo que pasaba por mi cabeza, el aroma de la cocina de humo se mezclaba con las risas y los chistes de todos, creando un ambiente acogedor y memorable. Cocinar de esta manera, con ingredientes que conocimos desde su origen, añadió una dimensión de aprecio y gratitud a cada bocado compartido.
En retrospectiva, mi jornada en el rancho Mil Huertas fue una inmersión profunda y reflexiva en la riqueza de la agricultura, desde la admiración de la naturaleza hasta una cuidadosa reflexión sobre las complejidades económicas que la envuelven. Este día no solo fue un viaje de aprecio por la tierra y sus cosechas, sino también una indagación profunda en la responsabilidad ética que implica la producción alimentaria.
Caminar entre los campos exuberantes y participar en el proceso desde la semilla hasta el plato final fue, sin duda, un recordatorio vívido de la importancia de valorar, proteger y celebrar tanto a los que cultivan nuestra comida como a las tradiciones que dan vida a nuestras cocinas. La conexión entre la naturaleza y el acto culinario se entrelazaron, fusionando el pasado y el presente en una experiencia memorable.
No obstante, este día también actuó como una ventana transparente a las realidades económicas y los discursos engañosos que a veces tejen la industria alimentaria. La disparidad entre las promesas públicas y las prácticas reales de algunos chefs de renombre resaltó la necesidad crítica de abordar la ética en toda la cadena alimentaria.
Así, este encuentro con las maravillas de la naturaleza y las complejidades económicas dejó en mí un deseo apremiante de contribuir a un cambio positivo. Anhelo un futuro donde la cadena alimentaria se construya sobre la equidad y la transparencia, honrando y respetando tanto a quienes labran la tierra como a aquellos que dan forma a las tradiciones culinarias. Este día en Mil Huertas no solo fue un viaje tangible, sino también un llamado a la acción para forjar un camino más ético y sostenible en el mundo de la alimentación.
Aurora García Villegas
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