Una Noche Celestial
CRÍTICA GASTRONÓMICA.
Una Noche Celestial
El aroma seductor de especias exóticas y la tenue iluminación invitaban a adentrarse en el mundo culinario de "Sabor Celestial". Situado en el corazón del distrito gastronómico, este establecimiento prometía una fusión única de sabores inspirados en la cocina asiática y mediterránea. Con altas expectativas, ingresé a este lugar acogedor, adornado con toques elegantes y misteriosos.
El diseño interior del restaurante evocaba un equilibrio entre lo moderno y lo tradicional. Los tonos cálidos de la madera oscura se combinaban con toques de colores vivos en textiles y detalles decorativos. Las mesas, cuidadosamente separadas, brindaban privacidad sin desconectar del ambiente general. La iluminación, aunque evocadora, a veces resultaba un tanto tenue, dificultando la lectura del menú.
El personal, ataviado con uniformes elegantes, mostraba un trato cortés y profesional desde el momento en que crucé la puerta. Sin embargo, se evidenció una pequeña demora al ser atendido, lo que contrastaba con la sensación de eficiencia que se esperaría en un restaurante de este calibre. Una vez que se estableció el contacto con el camarero, la experiencia mejoró. La recomendación de platos y su conocimiento sobre los ingredientes fueron destacables, añadiendo un valor significativo a la experiencia gastronómica.
El menú
ofrecía una amplia selección de platos que prometían llevar a los comensales
por un viaje sensorial. Opté por comenzar con una mezcla de entrantes, entre
ellos, los rollitos vietnamitas de vegetales y los mejillones al vapor con
salsa de coco y limoncillo.
Los rollitos, presentados con esmero, revelaron una combinación fresca y crujiente de vegetales envueltos en una delicada pasta de arroz. El acompañamiento de una salsa agridulce equilibró perfectamente la frescura de los ingredientes. Los mejillones, aunque frescos, se vieron opacados por una salsa de coco y limoncillo que carecía de la profundidad de sabores esperada. La intensidad del limoncillo eclipsó la sutileza natural de los mejillones, dejando un sabor predominante que distrajo del plato en su conjunto.
El plato principal, un estofado de cordero con especias marroquíes y couscous, mostró un juego interesante de sabores. La carne, tierna y bien cocida, se deshacía en la boca, impregnada con la mezcla de especias que evocaba los aromas de los zocos de Marrakech. Sin embargo, la porción de couscous, aunque bien preparada, resultó escasa, desequilibrando la proporción entre el cordero y el acompañamiento.
Para
concluir esta experiencia gastronómica, seleccioné el postre recomendado por el
camarero: un pastel de té verde con helado de sésamo. La presentación fue
impecable, con un pastel esponjoso coronado con una bola de helado
perfectamente esculpida. El sabor del té verde, aunque presente, no resultó
abrumador, permitiendo que el dulzor del postre se manifestara sutilmente. La
combinación con el helado de sésamo añadió una textura y un contraste de
sabores que cerraron la cena de manera memorable.
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